Despues de unos días a pan y queso, y algún que otro socorrido plato de pasta, se acercaba por fin mi momento, la excusa que necesitaba para resarcirme de aquel pequeño lapsus en mi rica dieta en ricos y contrastados sabores. Y allí estaba yo, en ese supermercado trastienda de mi cena. No había todo lo que yo quería, pero creo que no lo hubiera habido ni en ningún centro comercial del mundo, por “basto” que se preciase de ser. Digamos que conseguí los elementos imprescindibles, que en este caso eran pollo y champán. Esa sería pues mi cena de nochevieja, epicentro de mis jugos gástricos. Con parsimonia y retintín que se exige en estos casos me dirijo a la cocina con muchísima alevosía, toda la que pude acumular, y después de unas pequeñas manipulaciones del pollo y de alguna que otra verdura, ya tenemos el cuerpo del delito en la cazuela. Sin sonrisa ni siquiera tosca, acciono el gas que dará comienzo a aquella pequeña celebración del año nuevo, para el hombre. Ya como desahogado y a sabiendas que no hay vuelta de hoja, me doy uno de esos pequeños gustos que solo te das cuando cenas solo, y abro la botella de Champán. No se si fue el semi-seco ruido del corcho al salir, o el tercer vaso de Champán, que copa no encontré, el que me dio ese sensación de superioridad sobre el resto de los cocineros de poca monta del mundo, la arrogancia de sublimar mi hasta entonces pollo a secas, convirtiéndolo en un respetuoso pollo al cava. Ni corto ni perezoso me ves dándole de beber al pollo champán, mientras yo le decía “tú si quieres mas pídelo” a lo que respondía él en su bullir “blu, blu,..”, y así pasábamos la noche el pollo y yo, hablando y bebiendo champán como viejos amigos, mientras nos cocíamos, sensación que no había experimentado hacía tiempo, y por lo visto lo necesitaba, ya que de pronto oí unas campanadas y me acerque rápidamente a la tele para ver lo que pasaba. Y allí estaba, como yo temía el Big Ben dando las campanadas, de fin o principio de año. Después de unos segundos de estupefacción me acorde del pollo, ósea de mi cena de nochevieja, para al acercarme darme cuenta de la aberración que contenía la cazuela, pues mientras hablaba y bebía con mi “amigo”, se me había quemado la cena, que macabramente en este caso coincidían. Me di cuenta que el motivo de ceremonia también se había acabado pues ya había comenzado el 2002, y que nada hasta el momento se había ajustado a lo planeado, sino todo lo contrario. Debería haberme embargado la zozobra y la desazón, pero después de unos momentos de incertidumbre, me acorde de lo que me había dicho el pollo en la conversación que tuvimos, y me fui a la cama satisfecho de esa noche y con la botella de whiskie que tenía preparada para después de la cena.